Señor
ministro de Educación, con todos mis respetos, le he oído y he leído las
declaraciones en las que usted, además de los muchos jardines donde laborea y
abona, se ha metido en uno nuevo cual es el asesoramiento y orientación profesionales,
llamémoslas, desde la generalidad.
Oigo
a colegas, oigo a estudiantes, oigo… y el rumoreo y el ronroneo evitan razonamientos
razonables, se me antoja que sobran opiniones nada respetables –entre ellas la
de usted- y la polución y la nítida distorsión de todo tipo evita que las
explicaciones lleguen límpidas y diáfanas
Escucho
a muchas personas, entre ellos a algunos padres y a algún profesor,
pobrecillos, que hablan de la vocación profesional, ese fantasma que nunca
nadie vio, por la sencilla razón de que nada que no sea una persona puede
llamar a otra… y, por tanto, difícilmente me podría llamar a mí la profesión de
Química de la grasa, por poner un poner, que eso sí sería una llamada de lo
salvaje. ¡Sí, ya, vocación en sentido figurado, en sentido amplio, metafórico,
metonímico…! ¡La Biblia en verso por Dios!
Usted
plantea que los estudiantes enfoquen y orienten sus empeños, mayores o menores,
hacia carreras que tengan salidas… y no hacia aquello que les guste o que
pudieran seguir por línea familiar -¡menuda antigualla de planteamiento, señor ministro,
salvo para médicos y abogados!-. Me va a permitir.
1. desde hace muchísimos años, ha
sido un error pensar que las carreras universitarias tenían salidas distintas a
las de incendios;
2. la relación entre los estudios
universitarios y las profesiones y los empleos concretos desarrollados
posteriormente, en muchísimos casos, es remotísima;
3. en un momento histórico donde
todo se mueve con la celeridad que lo hace, ¿quién es el profeta que logra
decir cómo estará mañana el mercado de
trabajo? ¿Y dentro de cinco años o siete o nueve que es cuando yo, estudiante,
saldré a ese supuesto mercado?
4. en un mundo global, más allá de
los límites comarcales, que algunos ansían para vivir, ¿se refiere usted a las
posibilidades profesionales acá, aquí o acullá? ¿o es que hay las mismas
ofertas de empleo en Cuenca que en Quito o Nueva York o Singapur?
Siga permitiéndome, señor
ministro.
1. No se le ponen puertas al campo.
2. Los motivos por los que se
estudian unas carreras u otras son peregrinos hasta decir basta: haga un
muestreo.
3. No hay carreras con salidas,
¡por favor!: hay personas que tienen salidas y capacidades que no tienen sus
mismos colegas.
4. Impartir una materia llamada Emprender
es querer hacer de todos los estudiantes, por igual, unos empresarios… (le
recuerdo que el origen de ambas palabras emprender
y empresario nos lleva a un mismo
pesebre… Cierto que Tales de Mileto fue empresario oleícola, pero tengo para mí
que eso fue más una cucurbitácea, es decir, un pepino que le salió).
Señor ministro, le cuento una anécdota
para cerrar. A Ramón Gómez de la Serna, Ramón para quienes nos dedicamos a algo
tan inútil como la Literatura, cuando le preguntaban qué había estudiado,
contestaba invariablemente: “Yo, como todos los españoles, Derecho”, es decir: como
su propio padre, entre ellos, ¡y usted mismo, señor ministro, por no ir más
lejos! Derecho, que es la carrera que se estudia por exclusión del resto… Curioso,
fíjese usted cuántos universitarios con
título de Derecho hay en la política… y de qué poquito les sirve… El Presidente
del Gobierno, la Vicepresidenta…, Adolfo Suárez, don Felipe González, Rodríguez
Zapatero, Aznar y esposa, ¿sigo? A lo mejor, en vez de licenciados en
Derecho, hubiéramos ganado mucho de haber sido ustedes bomberos en Lanzarote…
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