martes, 24 de abril de 2012

Doña Mercedes Alaya, con dos cojones donde los haya.


      El epíteto épico es adjetivo o sintagma que hace función de aposición y predica un rasgo propio del sustantivo al que acompaña. La jueza Alaya, con dos cojones donde los haya, no tiene pérdida. Ahí está ella. Esta señora o señorita, me tiene rendido a sus pies. Su circunspección al salir o entrar del Juzgado me parece ejemplar.
         No se mueve como los jueces de la Audiencia Nacional entre esa parafernalia de guardaespaldas, coches blindados, corbatas al viento, casi siempre en grupitos… Garzón siempre iba con ese aire de vivir con la Justicia en casa. Cuando lo grababan con el nudo de corbata flojo, en mangas de camisa, en alguna intervención contra ETA o los narcotraficantes, me recordaba a los maderos yanquis en la pelis duras de acción al límite: rodeado de polis con y sin uniforme, cajas, bolsas, maderos encapuchados, uniformes, distintos distintivos… ¡joder con Garzón! Me caía bien hasta que se dejó trincar en el lazo tendido por el zorro de Felipe González y a Bono como cebo. Se deslizó el torreño en la política, decían, con la ilusión de ser Ministro de Justicia. ¡Ay, que le salió rana a Gaspar y a González un GAL!        
         La jueza Alaya, con dos…, llega al juzgado con su carrito para los papeles y su ordenador dentro, que se pagó ella y guarda la factura, ¡que me maten si me equivoco! Un taxi la trae y la lleva. Como colegiala aplicada, vestida con decoro, ni sonríe ni pone cara de nada, elegante y a lo suyo… Un “Buenos días” o un asentimiento de cabeza es suficiente. Nadie tira de su cartera con ruedas: ella ya es una niña grande. El guardia le abre la puerta. Con una mano tira del carro, en la otra porta el bolso, la jueza Alaya, con dos…
         Me pregunto yo si es que solo esta mujer trabaja en la judicatura. Me consta que no. ¿Por qué es ella quien se ha metido en este jardín de los ERES? ¿No hay otros jueces que puedan hacer otro tanto con la corrupción? ¿No pueden fiscales y jueces, que es otro poder, controlar las cloacas del legislativo y sus hijuelas? ¿Y si hubiera una juez Alaya en cada provincia? Que me perdonen aquellos que cumpliendo con sus obligación no tienen la relevancia que ella por su trabajo, pero, insisto, ¿y si hubiera una juez Alaya en cada provincia? Una persona a la que llegar y poderle decir: “Señoría, en mi pueblo, al alcalde, el concejal, sus hermanas… se han quedado con..., han vendido el… y no hay derecho…”. Y que la jueza o el fiscal o a quien corresponda, de oficio, pidiera la incoación de aquello que se denuncia. Una llamada, unas gestiones… ¡Ay amigo mío!
        Me la imagino a la jueza Alaya, con dos…, con toga y sobre la tarima. El acusado abajo…, sabiendo que al que llama, ¡qué ojo, coño!, ingresa como interno en el talego más próximo. ¡Ay qué jindama, señoría!
    
         Cuando veas las barbas de tu vecino cortar…, pon las tuyas a remojar.

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