Leo,
sin asombro, que Lance Armstrong ha confesado que se dopaba. Que durante sus
siete tours usó sustancias prohibidas que le daba fuerzas para ganarlos. Esas sustancias, afirma, ponían
alas en sus ruedas. Admite que ha mentido, que ha vivido en la gran mentira, que
incluso se sentía con derecho a mentir (¡él que tuvo un cáncer y lo supero se
tomaba la justicia por su mano!). Su mentira no era mentira, según él. Su
ambición, su deseo de ganar justificaba su juego sucio, su falsedad… "Doparse
era como poner aire en nuestras ruedas y agua en nuestros bidones. Era
parte de nuestro trabajo", "Yo no creo que haya hecho
trampas. Creo que todos
competíamos en condiciones similares". Yo mentí, yo lo
hice, soy culpable, no me di cuenta de su alcance y, de todos modos, TODOS LO
HACÍAN.
Es
la pésima condición humana de las malas personas: quiero algo y para
conseguirlo, como soy una persona inmoral, cualquier medio justifica la
consecución del fin. El medio que una y otra y vez se usa es la mentira (¿Acaso
no se llama tradicionalmente al demonio el padre de ella? ¡Amigo mío!: seréis
como dioses fue la mentira inaugural del mundo según el Génesis).
La
virtud más importante es la PRUDENCIA, auriga
virtutis, decían los clásicos, y la más repugnante es la mentira, y eso lo
digo yo. El mentiroso se suele mentir a sí mismo: la inteligencia, a veces
escasísima de estas malas personas (nunca el malo es inteligente) sirve para
iluminar la justificación del mal que hacen y así seguir respirando, para poder
seguir viviendo y mirar al vecino, ¡a sus zapatos porque a su cara…! Se miente
a sí mismo; miente a los íntimos; desuella a los demás; arruina al lucero del
alba… Aluengo de menda, er deluvio, que decía aquel.
¿Les
suena a ustedes que la mentira envuelve por doquier la cosa? La corrupción, el robo, la
mangancia, los eres, la fuga de capitales, la coca, la amiga del Rey –nuestro señor-,
Torres & Urdangarín apaños de postín,
los Pujoles, los Mas, los Bárcenas, los Poquemos, los bancos usureros, los
Malayas, los Gurtel, los Armstrong, las sustancias prohibidas, los desfalcos…
Todavía
me acuerdo de Luis Roldán, que por ahí debe andar el ingeniero que no lo era,
cuando decía que, siendo el Director de la Guardia Civil, cada vez que había un
atentado se deprimía y, para animarse, se echaba unos kilos de billetes sin
control, del fondo de reptiles, en sus talegas… Supongo que esos millones que
robó ponían también aire en sus ruedas…
Qué te voy a contar, Don Antonio... en fin.
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