viernes, 21 de diciembre de 2012

El chándal: simples y elegantísimos




         Tuve mi primer chándal allá por el año 70. Era una prenda de tan escaso abrigo como sencillo diseño. La usábamos para el precalentamiento antes de los encuentros deportivos, mientras estirábamos. Lo vestíamos en el rato previo al encuentro y nos lo poníamos en los vestuarios de donde fuera a celebrarse el encuentro y, por supuesto, muy rara vez desde casa y por la calle. Algo después me regalaron un magnífico chándal azul addidas: este tenía un diseño más moderno, pero abrigaba tanto como el anterior, nada (recuerdo haber estado con el chándal y el abrigo puestos en algún pabellón, mientras esperaba a iniciar mis partidos de tenis de mesa).
         De aquellos años perdidos de mi infancia de la década de los setenta, de chándales escasos –no era una prenda que tuviera cualquiera- hemos pasado a su popularización absoluta, general, omnímoda, omnipresente, universal.
         Creo que la última vez que causó extrañeza ver alguien con la dichosa prenda fue con ocasión de ver al dictador cubano Fidel Castro con ella. Todo el mundo interpretó que le habían colocado al pobre vejete una prenda cómoda, con los colores de Cuba y así evitaba presentarse en pijama o en ropa sport, quizá de imagen capitalista. En ese caso el chándal sustituía al pijama. Ahora su colega, otro comandante y dictador, este enfermo, el general Chávez, se envuelve en su bandera hecha chándal y usa la prenda como atuendo de viaje desde su Venezuela petrolera a la Cuba de sus tratamientos contra el cáncer.
         Hace unos años me extrañaba que los alumnos acudieran a clase en chándal. Estaba mal visto en la Universidad que conocí. Hoy está normalizado. En las aulas donde impartí clase no se admitía… antes. Ahora lo anormal es acudir a clase sin él. Su presencia es universal: lo viste el ama de casa que acude a la compra, el feligrés que acude a su parroquia, el enfermo que acude a la consulta, los novios que pasean sus amores y deseos al atardecer, la parturienta en sus dolores previos… Huyendo de la uniformidad, camino de la originalidad, hemos dado con el uniforme universal: el chándal.
         Existe el chándal para los días de fiesta, el chándal a juego con el bolso y los zapatos, el chándal para almuerzos cotidianos y de gala, el chándal de día, de media tarde y para las noches de tiros largos… El chándal del día del Señor y supongo, a estas alturas, que habrá chándales para hacer deporte.
Por ser execrable y hortera desde el punto de vista estético y por su impertinente constancia en todas las relaciones humanas, por su entronización universal y omnímoda, por su cutrez, es éticamente condenable tanto hortera, tanta vulgaridad, tanta ordinariez… 

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