El padre de Jaimito llegaba como una pantera. Una multa en
una mano, en la otra la cartera del
trabajo, un “Suputamadre” en la mente y un
─ ¡Cáspita! –en la
boca.
Jaimito lo mira desde el sillón. Tiene un indio en una mano
y un cowboy en la otra, ambos de plástico:
─ ¿Ka pasao, papá?
─ Me han
multado, hijo mío. El coche de la cámara de fotos no atiende a razones. Estaba bajando
a la abuelita en casa del callista... Pasó el cochecito leré con su pornográfica
cámara ¡y me han multado!
─ Papá, ¿los
guardias son unos cabrones?
─ No hijo, no.
Los guardias hacen el trabajo que les hemos encomendado.
─ Entonces, ¿en
el barrio del Lolo, del Loco, de la Canmen… por qué no multan los guardias si
los coches están sobre las aceras?
─ No lo sé hijo.
Se supone que, como se supone, que no tienen medios, se supone, que pueden
hacer lo que les salga. Es una conciencia que se culpa de que ellos estén así,
aunque ellos están así: unos porque quieren, otros porque no quisieron, otros… ¡PORQUE
NO LES SALE DE LOS GÜEVOS TRABAJAR!
─ Papá, ¿tú eres
otro indignao?
Jaimito, al ver la cara de su papá, ha tirado el indio y el
cowboy y corre por el pasillo adelante con su padre pisándole los talones y con
cara de jackeldestripadordelondres y al grito de “Mecagoentuputamadre, Jaimito”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario