viernes, 16 de noviembre de 2012

La jueza Alaya, los ERE, el PSOE, ANDALUCÍA-ESPAÑA



   
      No conozco a Mercedes Alaya. Sé de ella por la prensa. Sé de ella por su trabajo. ¿Alguien me puede decir qué padece para estar de baja? ¿Por qué está enferma esta mujer? ¿Alguien puede calcular la presión profesional, personal, anímica, psicológica… que esta mujer, que esta señora, que esta jueza, habrá soportado al tirar de la pesada manta de los ERE? Ella, la juez Alaya -dos cojones donde los haya- ha puesto al sol el fardo oculto de los trincones del PSOE andaluz. Imagínate lector qué debe pesar la estructura de un partido que lleva gobernando en Andalucía desde que los vándalos cruzaron por el Estrecho… ¡calculo yo! Miro para atrás y después de Franco vino a mi Andalucía el PSOE… ¡En el 78 llegó González Viagas y desde entonces hasta hoy… el PSOE! ¿Y los manigeros de este digno partido demócrata, de ideas defendibles, tienen la cara de echar las culpas a los demás, a los…? ¡¡Muchos de los guapos del partido, chulos de arrabal, SE HAN FORRADO a costa de sueldos y puestos que no merecieron y que les dieron a dedo!! Ahora, además, sabemos que muchos de ellos SON UNOS LADRONES...
         ¡Que todos estos delincuentes se envuelvan en el capullo que fue la flor del PSOE, que todos estos capullos se envuelvan en la bandera de Andalucía, que estos…, so capa de demócratas, como defensores de…! ¡Subidos, aupados en sus cargos y nominaciones a dedo nos hayan robado, despilfarrado…! "Too es güeno pal partío", y llevaba al hombro el militante un saco de billetes robados y una puta debajo del brazo.
         Desgarrado por lo que veo y oigo, sin saber qué hacer además de lo que a diario acometo, les presto un soneto de un excelso poeta, de un español impar, don Francisco de Quevedo:
            
  Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
 
  Salíme al campo: vi que el sol bebía          
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
 
  Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,             
mi báculo más corvo y menos fuerte.
 
  Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

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