No
conozco a Mercedes Alaya. Sé de ella por la prensa. Sé de ella por su trabajo. ¿Alguien
me puede decir qué padece para estar de baja? ¿Por qué está enferma esta mujer?
¿Alguien puede calcular la presión profesional, personal, anímica, psicológica…
que esta mujer, que esta señora, que esta jueza, habrá soportado al tirar de la
pesada manta de los ERE? Ella, la juez Alaya -dos cojones donde los haya- ha puesto al sol el fardo oculto de
los trincones del PSOE andaluz. Imagínate lector qué debe pesar la estructura
de un partido que lleva gobernando en Andalucía desde que los vándalos cruzaron
por el Estrecho… ¡calculo yo! Miro para atrás y después de Franco vino a mi
Andalucía el PSOE… ¡En el 78 llegó González Viagas y desde entonces hasta hoy…
el PSOE! ¿Y los manigeros de este digno partido demócrata, de ideas defendibles,
tienen la cara de echar las culpas a los demás, a los…? ¡¡Muchos de los guapos
del partido, chulos de arrabal, SE HAN
FORRADO a costa de sueldos y puestos que no merecieron y que les dieron a
dedo!! Ahora, además, sabemos que muchos de ellos SON UNOS LADRONES...
¡Que
todos estos delincuentes se envuelvan en el capullo que fue la flor del PSOE,
que todos estos capullos se envuelvan en la bandera de Andalucía, que estos…,
so capa de demócratas, como defensores de…! ¡Subidos, aupados en sus cargos y
nominaciones a dedo nos hayan robado, despilfarrado…! "Too es güeno pal
partío", y llevaba al hombro el militante un saco de billetes robados y una
puta debajo del brazo.
Desgarrado
por lo que veo y oigo, sin saber qué hacer además de lo que a diario acometo,
les presto un soneto de un excelso poeta, de un español impar, don Francisco de
Quevedo:
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
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