La nación que habito y me posee, que me
apasiona, el país que me cobija, el lugar donde nací, el terruño del que soy y
donde soy, sin chovinismo, no es un pueblo de pelamimbres. Por el don de piedad
y su virtud me siento orgulloso de ser español. En absoluto soy patriotero. Me
sé y me siento inserto en una cultura milenaria. Somos un pueblo con larga
historia. Somos un pueblo sin el que no se puede comprender la Historia. Miro
hacia atrás y no siempre siento la tristeza de Quevedo cuando miró los muros de su
patria, que son los de la mía… No, don Francisco…
Es cierto que somos una nación convencida de haber venido a menos. Es cierto
que tenemos complejos culturales: individualistas, envidiosos, excesiva
sensación de ridículo, hemos sido bajitos y con un enfoque cultural y
publicitario equivocado hacia el extranjero: no tengo guitarra, no soy torero,
no tengo traje de corto ni bata de cola, no soy un latin lover, no monto a caballo, no canto por bulerías, no tengo
botijo, no bebo fino, no estoy sentado a la sombra, no tengo refajo ni él,
navaja… Mis patillas no están cortadas a bocajacha, no uso la gomina a diario…
Todo esto nos ha dejado una imagen distorsionada que de la que ya hablaba Machado:
la España de charanga y pandereta, don Guido, etcétera… Lo siento, pero esa no es
España. Lo peor no es ya la imagen que los demás tienen de nosotros, sino la
que nosotros nos hemos forjado: lo que nos decimos y nos repetimos, lo que nos
denigramos… Somos un pueblo con luto excesivo, un pueblo pesimista que se
flagela verbalmente.
Siento un profundo dolor, aun sin conocerlo, por don Carlos Calderón, policía sevillano,
que se tiró al agua en El Palmar, ni siquiera estando de servicio, por ayudar a
un par de extranjeros en apuros y en el trance perdió la vida. Esta muerte
honrosa me ha recordado a esos otros tres policías que también perdieron la
vida por querer ayudar a un eslovaco de botellón en A Coruña arrastrado por el
agua en una playa… Esa es la España a la que yo me apunto, a la que pertenezco:
una España orgullosa, una España con vicios, pero también con virtudes, una
España consciente de que hay valores por encima de la propia vida, una España
dispuesta a arriesgar la vida en el empeño de sacar adelante a los demás…
¿No habrá manera de hacer una cadena humana, viva, vibrante, jovial, solidaria,
recia… para sacar del agua a tantos españoles que se ahogan en medio de esta peste
económica que nos atenaza, nos asfixia, nos ahoga? Los primeros eslabones los
constituyen, por ejemplo, las vidas de esos cuatro servidores públicos… Aquí
está mi mano.
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