Nadie está libre de equivocarse.
Servidor, el primero. Escrito lo cual añado. Si yo fuera político y me viera
amenazado por los funcionarios del Estado me quedaría más tranquilo que el
tomate en su mata.
El sentido del sueldecito, en general,
y el puestecito y la seguridad del funcionario, como la inmensa mayoría ignora,
se debe a que estos derechos –que no privilegios- se los otorga la propia
Sociedad, el Estado, para blindarlos contra el posible caprichoso poder de
turno. Un funcionario no debiera estar al albur de los antojos de los políticos
que mandan. El funcionario está para servir gobierne quién gobierne, para
cumplir con una función que se debe a la Sociedad para la que trabaja, que le
paga y lo mantiene, y no para el político que gobierna. Se supone, por tanto,
que el funcionario es intocable por parte del político.
¿Qué hacen los políticos? Como quien
hace la Ley hace el chanchullo, el político se inventa una administración
paralela, vertical, horizontal y mediopensionista, unos funcionarios paralelos,
genera unos puestos en la propia Administración que llama como le da la gana y
ahí coloca a sus amigos, a sus apesebrados, sus compañeros de partido, sus clientes,
etc.
¿Qué ocurre con el funcionario que, por
la circunstancia que fuere se atraviesa al político de turno o al paniaguado de
turno que el político ha puesto al mando de los funcionarios? Pongamos un
ejemplo. Un Secretario de Ayuntamiento está a las órdenes de un alcalde que le
puede estar haciendo la vida imposible hasta decir basta. El Jefe de sección,
nombrado a dedo por el político que manda, puede hacer con el funcionario que
baile la jota aragonesa con las manos y joderle y complicarle la vida, el compás
y el baile.
¿Qué suele ocurrir entre el pobre
funcionario y el político que tiene el poder? El funcionario, si no le queda más
remedio, se pliega, se pone al servicio del político y prefiere pasar sobria y
templadamente la vida y procurará que no le hagan daño. Los funcionarios con
perspectivas profesionales pueden ser aupados o hundidos en sus carrera
dependiendo de lo que el político determine, pues puede generar situaciones
desagradables en las que el funcionario bien puede verse mirando para las casas
colgantes de Cuenca.
A los esbirros de Serafín el Bonito, en la obra de Valle, Luces de
bohemia –posiblemente la mejor obra de teatro del siglo XX en español-, mi
amigo Max Estrella les explicó cuando lo
llevaron a comisaría que él era cesante
de hombre libre y de pájaro cantor, pobre. En el turno de partidos que copaba
el primer tercio del siglo XX, y contra el que se levantaron tantos que luego
resultaron burlados, cuando entraban los liberales… enchufaban a los suyos…
Precioso verbo: enchufar. Cuando
entraban los conservadores, los enchufados del partido liberal pasaban a ser
cesantes y entraban sus clientes, sus pesebristas, los conservadores con carné
en la boca o en la cartera.
Yo, si fuera político, viendo el compás
del mundillo de los funcionarios no estaría preocupado. El político es
ciudadano de a caballo. Un tío casta. Un tío que se ha subido en el machito. Un
payo que con la cosa de la res publica
se pone un sueldo y unas prebendas. Está ahí para hacer una carrera y ganarse más
que un chusco. Del caballo no se baja motu proprio ni muerto. ¿Quién lo baja? Se
suele ver apeado por sus errores, sus enemigos en el partido al que pertenece,
por agotamiento, por afanamiento…, por perder su partido las elecciones, pero
me temo que por muchos funcionarios que se junten, y están siendo pasados a cuchillo,
no caerá ni un caballero con espada toledana y bien asentado en sus estribos. Servidor,
igual se equivoca, pero yo no les echaría ni puta cuenta a los funcionarios
donde tanto predomina en gris susto, el oscuro temor, el bermejo pusilánime, el
acomodaticio blanco…
Se les ha bajado el sueldo. Y la
Sociedad calla y los funcionarios callan. Se les recortan derechos y la
Sociedad calla y los funcionarios callan. Médicos, policías, profesores,
jueces, maestros, ingenieros de toda laya, notarios, administrativos,
auxiliares administrativos, empleados mil de hospitales…, de dependencias…
Tienen en sus manos el poder de parar el Estado, pero no lo harán… Los políticos
pueden cortar ahí sin miedo… La gallina siempre vuela poco y bajo.
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