jueves, 29 de marzo de 2012

Dos hombres, dos revoluciones muy distintas.


         Contemplar es ir más allá de la realidad evidente. Contemplo pues, la foto de Fidel Castro y de Benedicto XVI. La foto de dos revolucionarios de muy distinto signo. La revolución marxista nos dice que de la lucha de clases saldrá un mundo mejor, un mundo perfecto, sin clases… y, por desgracia, ni se vio en Rusia ni lo ven los cubanos: son cosas que pasan; partir de premisas erróneas nos lleva conclusiones catastróficas cuando se trama en la vida de los hombres. La revolución de Cristo es una lucha de amor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
         En la primera se ejerce la violencia: los dictadores siempre quieren llevar sojuzgado al pueblo: lo quieren hacer feliz, aunque sea a tiros. La revolución cristiana tampoco parece que termine de triunfar… Muchos hombres metieron a la Iglesia en banderías humanas y se ejerció la violencia en nombre de Cristo… y se equivocaron también. Era lógico: vino Dios mismo hecho Hombre y siguieron muriendo en el circo romano los cristianos, la injusticia campeaba y campea, el sufrimiento… continuó, continúa… Su reino no es de este mundo…, pero los cristianos tienen la responsabilidad de llevar su revolución de amor hasta el último confín de la tierra… Dijo que las puertas del infierno no prevalecerían… Es cuestión de creerlo o no.
         Contemplo a dos revolucionarios.
         Cuando Juan Pablo II bajó de su particular Sierra Maestra lo balearon en el llano de la plaza de San Pedro. Fidel bajó de la Sierra con su barba y su puro. Cuando recibió a Juan Pablo II, el revolucionario de blanco, había salido de detrás del telón de acero: sabía del marxismo y sus consecuencias de primera mano, sabía del nazismo, sabía que el Cielo no está en el suelo. Fidel estaba aún casi pollúo… 
         Los dos revolucionarios de blanco no tienen miedo a ninguna revolución. Admiten cualquier envite que tenga al hombre atrapado y ahogado. Hablan abiertamente del pecado y del mal. Los hombres de blanco tienen una formación sólida y, atesorada, una sabiduría de siglos.
         Me fijo en Fidel y siento pena del anciano que es hoy. Me duelen tantos y tantos miles de hombres que innecesariamente han sufrido bajo su dictadura. Quien imponga las ideas, quien pretenda vencer… sin convencer, de blanco o de negro, con un crucifijo o una pistola… no pertenece a esa revolución de amor… que es capaz de derribar los muros de Jericó con poca tropa y sin tanques.
         Fidel, dicen, le pidió a Benedicto XVI un libro para poder meditar… El capital se ve que ya se lo sabe. No se trata de una bajada de pantalones, sino de la prudencia que da la edad y ese sabernos todos moriturus.

No hay comentarios:

Publicar un comentario