viernes, 30 de marzo de 2012

LOS TITIRITEROS DE LA NECESIDAD.


          Por favor, antes de leer la entrada, visione el vídeo. Gracias.
 


          Contemplo el vídeo y me quedo suspenso. Me parece terrible. Me invita a escribir unas letras. El hambre daba más cornás que el toro, se decía en la España de los sesenta y setenta, y los maletillas se jugaban la vida delante de un morlaco, se echaban de espontáneos a la plaza… Dejó de haber hambre y se tiene más cultura: ahora retorna el hambre y la necesidad a un cuarto mundo cada día más vasto.
         Contemplo el vídeo: ¡Lo que uno puede llegar a hacer cuando la miseria te muerde en la vida! Miro al forzudo flexible: sostiene al niño, mientras se ata a sí mismo en un nudo descomunal, e un nudo imponente, en un nudo sin solución, sin alejandro que lo corte. No pone cara de meditación oriental ni de yogui… Pienso en tantos y tantos planes duncan, en tantos y tantos niños que desperdician miserablemente su escolaridad, miro los zapatos del niño y pienso en tantos caprichosos como hay, en tantas quejas mías, quizá de usted, contra esto y aquello, nimiedades.
         Este pobre hombre y el niño son la versión arte extremo del húngaro con la silla, la trompeta y la cabra. ¿Dónde está la madre de ese niño? ¿Quién ha dicho que sean padre e hijo? ¿Cuántas horas entrenan estos ronaldos de la acrobacia callejera? Su entrenamiento es el directo en la calle.
         Siento una pena profunda y densa por el niño a quien no le veo la cara bien. Apenas unos ojitos blancos en un rostro inexpresivo. Ignoro si piensa, qué siente, mas no se ríe. No entiendo qué dice el forzudo elástico. Habla portugués, ignoro si sería más correcto decir brasileño… No sé de dónde es el vídeo. El niño se deja hacer por el adulto, que lo coge por las piernas y lo pone a escuadra, mientras alguien ríe a mandíbula batiente, ¿dónde está la risa de esto, so babieca? El hombre con la ropa sucia sigue su exhibición sobre los muelles adoquines. Sólo algún tipo blanco abre la mano y suelta unas monedas. Sus paisanos, seguro, ya conocen el número: siguen las risas, miran los taxistas, el aparcacoches del hotel… ríen. Nadie contempla, se contentan con ver.
         ¿Cuántas veces repiten este mismo número a lo largo del día por unas cuantas monedas el niño y el hombre?, me sigo preguntando. ¿Cuánta gente próxima a mí no pasará también tanta necesidad?
         Se me caen los palos del sombrajo y me da un sol recio, hirviente, desesperante, enloquecedor. Es el sol de la injusticia. Y recuerdo que también somos estirpe de Caín.

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