domingo, 13 de mayo de 2012

CARAJICOMEDIA del señor juez y el obispo de Alcalá…


Don Francisco de Quevedo.
       No creo que seamos muchos quienes le hayamos dedicado horas a las obras de Diego Torres de Villarroel, personaje, sin duda, cuando menos, curioso de nuestro siglo XVIII, tan mal estudiado hasta no hace mucho. En sus Visiones y visitas de Torres con D. Francisco de Quevedo por Madrid queda claro, por lo explícito del título, el contenido de la obra, cuenta Villarroel una supuesta visita al Madrid de su época llevando de la mano, como Virgilio al florentino, a don Francisco de Quevedo con quien el otro día me encontré, por cierto, en la puerta del juzgado azorado, molesto, cabreado y azacanado, por causa que ignoraba, mas contra la justicia. Villarroel su amigo me avisó.
         Explicome airado, con sus ojos de cristal al pecho atados, que un magistrado de la provincial de Alcalá de Henares, quizá de sí mismo enamorado, por acusación de ignoraba quién, le abrió información y causa. Era este el motivo por el que salía del juzgado. Le requería el golilla por averiguar si fueron homófobos ciertos poemas de risas con negros, mujeres y bujarrones, que hallado había entre pliegos de la calle y que llevaban por firma del pueblo el ser suyos y averiguaba si expurgar. Sin tregua ni formas adecuadas, según me dijo, fue recogido por dos corchetes a la puerta de la casa de un amigo, donde andaba de visita, y de patas delante del curial fue puesto don Francisco.
         No me extiendo pues mucho me temo que será condenado el poeta y otros muchos burlones y sátiros, mordaces y deslenguados por tan alto tribunal… Conociendo a don Francisco, no me extraña -como me aseguró un primo del escribiente de la audiencia- que entre risas e ironías, el cojo bisojo, le recitó a su señoría un soneto que él de su puño y letra firmado tenía sobre un bujarrón italiano llamado Julio, que al decir, murió por cabalgado…
        Disconforme y enojada su señoría, corrido de risa el público asistente, quedo e indeciso el escribiente, asumió, motu proprio, don Francisco aquella esotra letrilla donde al inculto y al llorón, al ignaro y al cortito destripole algo de carrerilla:  

                            Es profuso y es muy culto
                            nuestro idioma al insultar,
                            pero yo no tiro al bulto
                            y olvidando el cruel insulto
                            sólo voy a calificar: 
                  
                            Yo te digo maricón
                            y con esto no te insulto,         

         Allí fue Troya sin continuar, según don Francisco me confesó, pues de todo ello salió retahíla sin mordaza y así de puto y de nefando, de bujarra, mariquita y bujarrón, sodomita enlazara con bardaja, invertido salió el tomante, pues hubo donante y tomador…         
         Se agitó su señoría en el estrado, las risas eran de tronío y así, quiso el juez metido a sastre pío tomarle por socarrón la medida a don Francisco, expurgarlo y quemarle los libros pretendió, que no se dice mariquita, sodomita y bujarrón… Pensó su señoría que quizá don Francisco se achicara, que no fue así, por desconocer al muy impertinente, que recogió versos del Manco y despidiose a lo valiente: 

                            Y luego, incontinente,
                            caló el chapeo, requirió la espada,
                            miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.

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